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El patio número 3 es una obra aparentemente sencilla, que cuenta una historia aparentemente pequeña. Y ese es el milagro que obra Víctor Muñoz (Estepa, 1980), esa es la enorme virtud al alcance de muy pocos dramaturgos: desentrañar todo un mundo a partir de pequeños gestos. Tanto es así que Pablo Remón, uno de los dramaturgos más relevantes del panorama nacional actual, ha sucumbido a la escritura del autor estepeño: “...más que una obra es un poema. Lo es por el lenguaje, pero también por su composición, por su insistencia en la repetición con variaciones. Avanza y retrocede, en círculos, y habla de España, de esta España nuestra, con verdugos, pasodobles y cencerros, con un imaginario popular y reconocible, pero al mismo tiempo tremendamente propio”, afirma Remón en el prólogo del libro.
El patio número 3 es la historia de una madre que, en la Sevilla del 36, se revuelve contra el franquismo. Y en esa revuelta, las únicas armas que esgrime son la ternura y el amor por su hijo, pero también una obstinación conmovedora, absurda y hasta suicida. En rigor, Víctor Muñoz está escribiendo sobre todas las mujeres que resistieron los azotes de la guerra civil y, en concreto, sobre aquellas mujeres que hacían cola en la comisaría que improvisaron los golpistas en la calle Jesús del Gran Poder. Los presos que eran trasladados a dicho centro de detención sabían que, de allí, solo saldrían para ser ejecutados en las tapias del cementerio de Sevilla. Y con esa angustia, con esa desesperación, aquellas mujeres hacían cola para saber algo de sus familiares desaparecidos.
“Víctor ha construido un personaje deslumbrante, una heroína de hechuras clásicas, como si Antígona y Hécuba se hubiesen reencarnado en aquella madre que, sola, tomó las calles de Sevilla para enfrentarse al terror del franquismo. Y por todo ello, Víctor Muñoz se ha convertido en una de las voces más inspiradas de la nueva dramaturgia sevillana”, asegura Mercedes Martínez, responsable de Ediciones del Bufón.
El patio número 3 fue bautizado por los historiadores como el “centro del horror”. Hoy en día, el edificio alberga a una comunidad jesuita y un austero cartel, clavado en la fachada principal, lo señala como edificio de memoria democrática. El patio número 3, de Víctor Muñoz, es un monumento a la memoria y a la dramaturgia.